Etiquetas

, , , ,

Marihuana noMarihunaEn América todo adquiere color político, aunque la etiqueta oculte con frecuencia criterios mas bien morales, o inercias como el alineamiento de «con o contra Estados Unidos». Pero, últimamente, las fronteras ideológicas se confunden, sobre todo en la lucha antinarcóticos, incluso mas allá de la ya cuestionada dicotomía: al sur los productores y organizaciones del crimen; al norte los suministradores de armas, y los consumidores generadores del beneficio ilícito.

En parte se debe a la evolución de las sociedades. Una década de desarrollo y sofisticación de una América Latina en crecimiento y estabilidad democrática, donde las diferentes estrategias antidrogas tienen enormes costos sociales y políticos con discutibles resultados. Pero también en EEUU, que a final de los 90´s descubrió con sorpresa cómo los cárteles no eran un fenómeno exterior y, tras dedicar ingentes cantidades de dinero y recursos militares a una lucha antinarcóticos sin fronteras ni cuartel, ahora experimenta la presión ciudadana por la despenalización de la marihuana -en Washington y Colorado-, o de su uso terapéutico en 20 estados, además de que poderosas organizaciones civiles -como Human Rights Watch- cuestionan el actual enfoque, y sobre todo el balance (ver enlaces al final).

Ni de izquierdas ni de derechas

El enfoque del consumo, producción y tráfico de la variedad de drogas ilícitas no es el primer asunto, pero sí muy significativo, de cómo los antiguos alineamientos americanos se difuminan, por mucho que persista una Organización de Estados Americanos (OEA) sin Cuba, o nazca una alianza continental sin EEUU y Canadá -la Comunidad de Estados latinoamericanos y del Caribe -Celac-. Ocurre en asuntos «transversales» como las drogas -pero también el aborto, o la homosexualidad-, donde los gobiernos y partidos políticos o han sido sobrepasados por la evolución social, o adoptan posiciones ambiguas, mas sujetas a la coyuntura electoral – e incluso a los prejuicios- que a principios sobre el equilibrio entre libre albedrío y prevención de daños a terceros, combate efectivo del perverso tráfico transfronterizos, o a estudios científicos sobre la evolución de la sociedad y su bienestar.

Como bien saben y aplican los cárteles de las drogas – aliados a veces de Dios, otras del diablo, y a poder ser de ambos-, el consumo o prohibición, la producción y el tráfico de drogas ilícitas no es ni de izquierdas ni de derechas, por mucho que los progresistas distinguen mucho entre tipos de drogas, enfatizan la prevención, el trato médico de adictos, y una represión del tráfico bajo batuta judicial; mientras los conservadores meten a todas las drogas en el mismo saco, se aferran a la prohibición para anular el problema social, y se entusiasman con incautaciones y estrategias militares anti-tráfico muy parecidas a guerras en costos sociales, millones y proliferación de armas. Pero ni tan genérico esquema, inaplicable a Europa -donde hace décadas hay un consenso-, sirve ya para explicar los peculiares alineamientos en la lucha antinarcóticos en América.

Así está el equilibrio, según lo ocurrido en la última Asamblea anual de la OEA, celebrada en Antigua (Guatemala) en junio, y la plenaria de la Celac, celebrada en febrero en Santiago de Chile, como detalla el ex canciller mexicano, Jorge Castañeda en varios artículos y ponencias:

  • Promueven un nuevo enfoque los conservadores mandatarios de Guatemala, Otto Pérez Molina -ex militar-; el de Colombia, Juan Manuel Santos -antes Ministro de Defensa-; la centrista de Costa Rica, Laura Chinchilla -antes a cargo de seguridad-; y el izquierdista de Uruguay, José Mújica -antes guerrillero-.
  • A favor del combate sin cuartel: el designado Presidente de la socialista Cuba y ex jefe del ejercito, Raúl Castro; el electo Presidente de Nicaragua, Daniel Ortega -que encabezó la revolución sandinista-; y siempre y cualquiera de las Administraciones de EEUU, con su propia estrategia continental y una poderosa agencia específica (DEA).
  • Venezuela habla de un nuevo enfoque en público, pero calla en las reuniones gubernamentales, mientras Ecuador o Bolivia -socios de la alianza antiestadounidense, ALBA, – expresan un enfoque mas complejo, pero no suscriben ni la estrategia continental de EEUU, ni los esfuerzos para revisarla-.
  • Quizás lo mas inquietante, el silencio o ambigüedad de los otros grandes países, ya con serios problemas tanto de cárteles y también de adicción: desde Argentina o Chile, pero sobre todo Brasil, donde sorprende el escaso debate mediático, y México, donde el actual mandatario, Enrique Peña Nieto ganó el ejecutivo con la promesa de acabar con la fallida guerra antinarcóticos emprendida por su antecesor, que militarizó amplias zonas del país, produjo algún éxito en inautaciones o detenciones de líderes, pero tuvo enormes costos en derechos humanos y gobernabilidad.

«A sangre y fuego»

Esos alineamientos se produjeron en la reciente reunión de la OEA, al analizar un informe especial sobre las drogas encargado en el encuentro anterior de Cartagena de Indias (Colombia), a definir en una reunión especial dedicada al asunto el próximo otoño. Pero el paso lo marcó en febrero el único ausente en esa reunión, él Presidente de Cuba, Raúl castro, elegido Presidente por tempore de la Celac en el última cita en Chile, cuando sorprendió con las siguientes palabras:  «Vamos a combatir la droga […] a sangre y fuego […] Nuestras leyes permiten la pena de muerte; está suspendida, pero está de reserva, porque una vez la suspendimos y lo único que hicimos […] fue estimular las agresiones y los sabotajes contra nuestro país […] Por eso, en Cuba, no hay drogas».

Quizás el trasfondo de su declaración es la contundente decisión, adoptada por el régimen cubano a comienzos de los 90, cuando condenó a muerte y ejecutó a Antonio La Guardia, acusado de vínculos con el narcotráfico, lo que supuso un «parte aguas» tanto para Cuba como para que grupos guerrilleros afines, reconvertidos en partidos gobernantes o no en todo el continente, no se dejaran arrastrar o utilizar por los cárteles de la droga, como aparentemente ya había ocurrido total o parcialmente con las Farc de Colombia. Se habla, investiga y procesa mucho menos la conexión de signo contrario, el mas sonoro ejemplo son los varios súper zares antinarcóticos, de carrera militar, que en México o Colombia resultaron implicados con los cárteles de la droga, por no hablar de la «subcontratación» de cuerpos policiales o paramilitares enteros en el trasiego de drogas o protección de sus beneficios.

Si ya ponen los pelos de punta los 60 mil muertos -y 25 desparecidos- en los últimos 6 años de ese combate en México, hay otras muchas cifras esclarecedoras, citadas en el documental difundido en EEUU para motivar a un nuevo enfoque antidrogas sobre las decenas de miles de millones invertidos en una estrategia que hoy parece o fallida o, cuando menos, discutible. Cuando la Norteamericana Agencia Antinarcóticos (DEA), cumple 40 años este mes, el balance tiene claro-oscuros, toneladas de incautaciones de cocaína, heroína o marihuana, sí, pero la lucha sin cuartel solo forzó a nuevas y mas complejas formas y estructuras de unos cárteles mas globales que los gobiernos, a un alto costo humano para los países productores, y un astronómico coste económico, quizás ahora insostenible por la crisis (ver reportaje de la BBC).

Un pequeño ejemplo: a inicios de los 90 los informes anuales antidrogas de EEUU se vanagloriaban de la reducción de territorio dedicado a la producción de drogas en Bolivia, Perú, y sobre todo Colombia, pero sus propios datos de producción mostraban un aumento, lo que se explicaba -en algunas acuciosas investigaciones periodísticas sí- por la nueva sofisticación de los cárteles, que ya aplicaban la biotecnología y otros muchos avances de la globalización y las nuevas tecnologías, tras el triunfante pulso frontal de la DEA contra el narcotraficante colombiano, Pablo Escobar.

Además de las dos décadas trascurridas desde esos hechos en La Habana o en Colombia, y de que la política a «sangre y fuego» solo es posible en un país sin libertades y con fuerte control de un estado, también el enfoque antinarcóticos aún predominante en el continente, y liderado directa o indirectamente por EEUU, ha hecho aguas, y esa es la disyuntiva que América debe abordar, en especial los países mas ricos y poblados, que aspiran al liderazgo no solo continental.